Reinas y Princesas
En
una magnifica cafetería de la Sierra de Segura, desde la que se ven, tras un
gran ventanal, los cerros, montañas y pinos, llenos de nieve y con una cocina
campera llena de leña en ascuas, acompañada de unas llamas que alegremente jugueteaban, estaban
dos amigas dialogando con una taza de café cada una en sus manos. Laura le
comenta a María que a ella le gusta más el verano por el calor, la piscina, la
playita y las veladas al aire libre, cosa que en invierno no se podían hacer y
María le contesta que en ese momento no estarían ellas tomando esa delicia y en
ese acogedor entorno si no fuera por esas circunstancias y que en invierno se
descansaba mejor, se comía más y si hacia frio pues una se echaba ropa y adiós
a las tiritonas y también fíjate (añadió María) tenemos la fiesta de Navidad en
la que nos juntamos toda la familia y disfrutamos de lo lindo. A esto saltó
Laura como una centella y le contestó: pues yo no entiendo como tienes que
esperar a la Navidad para juntar a toda la familia, eso en cualquier momento se
puede hacer y además a mí no me gusta la Navidad, pues me trae recuerdos de
gente muy querida que no están conmigo y eso me llena de tristeza; esa
tristeza-le responde María- la tendrás siempre, sea Navidad o no, pero esta
fiesta es especial. Yo no entiendo como en otros países pueden celebrar la
Navidad en verano, el invierno es mejor, en tu casa, o en la de cualquier
familiar, con la calefacción, todo calentito contándonos cosas del antaño, esos
mantecados, ese cordero de la Sierra de Segura ¡que rico!, los villancicos. Eso
en verano no se puede hacer, a mí esta estación me encanta y ¿Qué me dices de
la nieve? Fíjate que panorama más bonito, vamos que este fin de semana me voy
con mi Antonio a Sierra Nevada a esquiar y pasármelo bomba. Laura quedándose
muy pensativa le dice a María, oye, ahora que lo dices recuerdo, en la casa de
mis abuelos maternos, que vivían en un cortijo de Córdoba, como, ante la chimenea,
mi abuelo nos hablaba de los valores humanos, algo que ahora, parece, que no se
comenta mucho, y, me decía- lo recuerdo con total nostalgia-, hija mía, no
hagas lo que a ti no te gusta que te hagan, y otra que decía: haz el bien y no
mires a quien. De todas, son estas dos las que más recuerdo, ¡fíjate que ya me
hablada del reciclado! Pero no significa que me guste esta estación, estación
de total oscuridad con frio, agua y nieve. María, asombrada de lo que contaba
su amiga, se quedó fija, mirando los ojos de Laura con una sonrisa en sus
mejillas y una mirada un tanto triste y le dijo: ¿sabes? Laura le contestó
¿Qué? Se me ha inundado la mente- le respondió María- de recuerdos que me han
alegrado y entristecido a la vez; yo me crie en una huerta y teníamos a mis
abuelos, oye ¿por qué se quieren tanto a los abuelos?, no sé, le respondió
Laura, será porque nos han querido mucho, yo me sentía protegida con mi abuelo
José y me daba muchos caprichos y consejos; a mí también- le saltó María-, mis
abuelos me querían con locura y me daban de caprichos, pero lo que más, era
cuando empezaba el gélido frio y mi abuelo nos traía castañas del mercado, que
ricas, las preparaba en una sartén que tenía a propósito “que fragancia, que
aroma tan delicioso” parece que las estoy oliendo, vamos como si estuviera
alguien haciéndolas ahora mismo y de las gachas ¿Qué me dices? Mi abuela las
hacía de rechupete, las nueces, las bellotas... Mi abuelo me cogía y me sentaba
en sus piernas, con una mirada inundada de felicidad y cariño, me decía: tú te
tienes que buscar un hombre que te haga feliz, no mires las riquezas materiales,
mira el corazón, no mires la guapura ni la estatura, mira los hechos de ese
hombre, no mires el que esté aislado sin convivir con sus padres, mira al que
está con sus progenitores y a su madre la tiene como a una reina, porque solo
así encontrarás la felicidad, solo el buen hijo puede ser el mejor marido,
porque el que mima y quiere a una princesa es porque ha sido educado por una
reina.
Las
dos se cogieron de las manos y mirándose a los ojos, ojos que brillaban como
estrellas, no dijeron nada y en silencio estuvieron unos segundos, hasta que
llegó el esposo de María e interrumpiéndolas, le dio un beso en los labios,
cálido y sabroso, a su esposa y después le
preguntó: Princesa ¿de qué hablabais? María, llena de felicidad, le respondió:
de nada importante ¿o sí?, las dos amigas se echaron a reír y ella añadió, de
Reinas y Princesas.