Unos
para otras, otras para unos
¿Cuántos momentos de
felicidad pasan por nuestra vida? ¿Cuántos de amargura? ¿De cuáles nos
acordamos más? Los trenes de la felicidad que pasan por nuestra puerta lo
tomamos como un derecho y fácilmente se nos olvida a no ser que sean
extremadamente felices. Los otros nos dejan más huella porque, las mayorías de
las veces, decimos aquello de: “¿por qué a mí, por qué yo?” vivimos en un mundo
en el que nos sentimos, o nos hacen sentir, como que tenemos derecho a todo,
que todo es fácil, y las obligaciones son para otros.
Los trenes de la
felicidad deberíamos de estrujarlos al máximo y disfrutarlo en toda sus
inmensidades, por muy pequeños que sean. Las pequeñas cosas son las que llenan
una vida, las que verdaderamente nos hacen felices; muchos pequeños detalles
todos los días sin dejar de decirle a la gente que queremos lo mucho que los
amamos y, por qué no, llénalos de besos y muestras de cariño; pero eso sí,
todos los días sin pasar uno. Los grandes acontecimientos nos hacen felices en
ese momento pero si solo tenemos esos, nuestras vidas están vanas, vacías de
contenido, somos los más infelices de la tierra.
Solo viviendo los pequeños
pero muy frecuentes detalles podemos recibir de cara a los de amargura. Pero siempre
acompañados de nuestros seres más queridos. Nosotros, por sí solos, no tenemos
la fuerza suficiente. Esta vida está para que la mujer sea muleta del hombre y
el hombre muleta de la mujer. En definitiva uno es complemento del otro; aquí
no hay uno más que el otro, no, los dos iguales y complementarios.