Agua pasada no mueve molinos
Vivimos marcados por el tiempo, y al compás de él, en un
mundo en el que lo que prima es el ego y el yo me lo merezco todo. Antes de
todo esto, hemos tenido nuestros tiempos y no le hemos dado importancia alguna
por ser algo natural y dentro de los cánones establecidos dentro de la
naturaleza en sí. Es ahora cuando decimos aquello de ¿por qué no me pasa
aquello que antes me pasaba? No tomamos
la importancia debida a las cosas propias de la edad y después la echamos de
menos. Esto sucede en muchas cosas y momentos de la vida cuando, la mayoría de
ellas, ya no tienen solución. Hay que vivir el presente y disfrutar de él de
tal manera que cuando llegue el momento podamos decir: “ya lo viví” y ahora me
toca otro ciclo de la vida que tengo que saber aprovechar porque llegará otro
momento de mi vida en que me pregunte por el presente que después será pasado. Parece
un trabalenguas pero no lo es. Vivimos con la mente puesta en el futuro sin
vivir el ahora pensando que eso es lo que nos haría felices y luchamos por ello
hasta la extenuada. Y yo me pregunto ¿merece la pena fijarnos en el futuro y no
vivir el presente? Así nos va, pues somos esclavos de nuestro porvenir, que lo
mismo viene que no viene, y dejamos pasar lo más hermoso de nuestras vidas “el
presente” que no hay que vivirlo con grandes acontecimientos sino con pequeños
detalles: un te quiero, un beso, una acaricia, una sonrisa, un buen apretón de
manos, un abrazo… cosas pequeñas pero de gran magnitud espiritual.