¿Hijo
pródigo o Padre amoroso?
Se
comenta mucho la parábola del hijo pródigo o Padre amoroso; las dos
definiciones son correctas aunque de siempre se ha conocido como la del “hijo
pródigo” ¿Qué pasa? ¿Por qué tanto empeño en la del “Padre amoroso”? Dios
nuestro Señor, siempre nos perdona, pero claro está, siempre que le pedimos
perdón mediante el acto de penitencia; igual que en la definición del “hijo
pródigo” que antes de que llegara el hijo, el Padre ya lo estaba esperando con
los brazos abiertos. Dios siempre nos espera con los brazos abiertos, otra cosa
es que nosotros vayamos a su encuentro y le pidamos perdón, cosa que si no
hacemos y seguimos empeñados en nuestros propósitos, somos nosotros mismos los
que nos separamos de Él, Dios no nos castiga, son nuestras obras las que nos
separan de la Santísima Trinidad, del Decálogo. Dios no es castigador, no es
vengador. Definiciones que de siempre se le han dado con aquella frase de:
“Dios es remunerador” que premia a los buenos y castiga a los malos.
Ahora
nos dicen que hay dudas sobre el infierno eterno, porque Dios es todo amor, es
el Padre amoroso, olvidándose del contexto real de la parábola. Bajo mi punto
de vista todo esto es muy peligroso, porque me recuerda a un principio que nos
dijeron en una de las clases: ¡el diablo se regocija de que pensemos que no
existe, pues así obra a sus anchas! Esto es muy peligroso, el pensar que todos,
sin excepción, vamos al Paraíso. Dios Padre nos hizo libres para hacer y
deshacer a nuestro antojo, pero siempre desde la perspectiva de la
responsabilidad. Yahvé, nos llama de múltiples maneras, nos toca al corazón de
muchas formas con tropiezos en nuestras vidas u otros actos que nos deberían de
dar por reflexionar y coger el camino que nos dicta el corazón; lo que pasa es
que no se le hace caso, porque, muchos, viven mejor sin Él y caminan, no por el
camino que ellos quieren, si no por el de las masas, por los caminos mundanos
de: “yo tengo derecho a todo”, el placer, la lujuria, el desenfreno, la
envidia, el egoísmo, la intolerancia, la gula… todo esto por supuesto que lo
perdona el Señor, pero nunca sin que nosotros vayamos corriendo a su encuentro,
con lágrimas en los ojos y el corazón roto por haber quebrantado el pacto que
tenemos hecho con Él en nuestro Bautismo. Sólo entonces es cuando las dos
definiciones de dicha parábola son efectivas, porque nosotros, con nuestro
arrepentimiento, nos hacemos hijos pródigos y Él siempre, es el Padre amoroso.
Observemos lo que
nos dice el Catecismo de la Iglesia Católica:
212. ¿En qué consiste el infierno?
Consiste en la
condenación eterna de todos aquellos que mueren, por libre elección, en pecado
mortal. La pena principal del infierno consiste en la separación eterna de
Dios, en quien únicamente encuentra el hombre la vida y la felicidad para las
que ha sido creado y a las que aspira. Cristo mismo expresa esta realidad con
las palabras «Alejaos de mí, malditos al fuego eterno» (Mt 25, 41).
213. ¿Cómo se concilia la existencia del infierno
con la infinita bondad de Dios?
Dios quiere que
«todos lleguen a la conversión» (2 P 3, 9), pero, habiendo creado al hombre
libre y responsable, respeta sus decisiones. Por tanto, es el hombre mismo quien,
con plena autonomía, se excluye voluntariamente de la comunión con Dios si, en
el momento de la propia muerte, persiste en el pecado mortal, rechazando el
amor misericordioso de Dios.
Queda bien clara
la misericordia de Dios, no hay lugar a dudas. El infierno no lo hizo Dios, Jesús
en la Santa Cena dijo: Mientras comían, Jesús tomó el pan, pronunció la
bendición, lo partió y lo dio a sus discípulos, diciendo: "Tomad, esto es
mi Cuerpo". Después tomó una copa, dio gracias y se la entregó, y todos
bebieron de ella. Y les dijo: "Esta es mi Sangre, la Sangre de la Alianza,
que se derrama por muchos. Marcos 14, 22-24.
San Marcos, no
dice que la sangre de Cristo se derramara por todos, no, dijo: “por muchos”. San
Mateo 26, 26-29, viene a decir lo mismo. Todos estamos llamados al Reino de Dios
por ser hijos suyos, pero sólo estará en el Paraíso, en el Edén, toda persona
que cumpla con los diez Mandamientos de la ley de Dios, o que en su últimos
minutos de vida se arrepienta de sus pecados; esto es posible gracias a la
misericordia de Yahvé. Recordemos la parábola de los obreros de la última
hora: Porque el Reino de los Cielos se parece a un propietario que salió
muy de madrugada a contratar obreros para trabajar en su viña.
Trató con ellos un
denario por día y los envió a su viña.
Volvió a salir a
media mañana y, al ver a otros desocupados en la plaza, les dijo: "Vayan
ustedes también a mi viña y les pagaré lo que sea justo". Y ellos fueron.
Volvió a salir al mediodía y a media tarde, e hizo lo mismo. Al caer la tarde
salió de nuevo y, encontrando todavía a otros, les dijo: "¿Cómo se han
quedado todo el día aquí, sin hacer nada?". Ellos le respondieron:
"Nadie nos ha contratado". Entonces les dijo: "Vayan también
ustedes a mi viña". Al terminar el día, el propietario llamó a su
mayordomo y le dijo: "Llama a los obreros y págales el jornal, comenzando
por los últimos y terminando por los primeros". Fueron entonces los que
habían llegado al caer la tarde y recibieron cada uno un denario. Llegaron
después los primeros, creyendo que iban a recibir algo más, pero recibieron
igualmente un denario. Y al recibirlo, protestaban contra el propietario, diciendo:
"Estos últimos trabajaron nada más que una hora, y tú les das lo mismo que
a nosotros, que hemos soportado el peso del trabajo y el calor durante toda la
jornada". El propietario respondió a uno de ellos: "Amigo, no soy
injusto contigo, ¿acaso no habíamos tratado en un denario? Toma lo que es tuyo
y vete. Quiero dar a este que llega último lo mismo que a ti. ¿No tengo derecho
a disponer de mis bienes como me parece? ¿Por qué tomas a mal que yo sea
bueno?". Así, los últimos serán los primeros y los primeros serán los
últimos". Mateo 20; 1-16.
Existe el Cielo,
el Purgatorio y el infierno. Son muy pocos los que van directamente al Cielo,
la inmensa mayoría van al Purgatorio y de allí al Cielo, después de acrisolar
todos sus pecados y convertirse en perfectos como nuestro Padre Celestial. Los que
van al infierno no salen de este lugar nunca, es eterno.