Vistas de página en total

sábado, 22 de marzo de 2014

¿Hijo pródigo o Padre amoroso?

¿Hijo pródigo o Padre amoroso?
Se comenta mucho la parábola del hijo pródigo o Padre amoroso; las dos definiciones son correctas aunque de siempre se ha conocido como la del “hijo pródigo” ¿Qué pasa? ¿Por qué tanto empeño en la del “Padre amoroso”? Dios nuestro Señor, siempre nos perdona, pero claro está, siempre que le pedimos perdón mediante el acto de penitencia; igual que en la definición del “hijo pródigo” que antes de que llegara el hijo, el Padre ya lo estaba esperando con los brazos abiertos. Dios siempre nos espera con los brazos abiertos, otra cosa es que nosotros vayamos a su encuentro y le pidamos perdón, cosa que si no hacemos y seguimos empeñados en nuestros propósitos, somos nosotros mismos los que nos separamos de Él, Dios no nos castiga, son nuestras obras las que nos separan de la Santísima Trinidad, del Decálogo. Dios no es castigador, no es vengador. Definiciones que de siempre se le han dado con aquella frase de: “Dios es remunerador” que premia a los buenos y castiga a los malos.
Ahora nos dicen que hay dudas sobre el infierno eterno, porque Dios es todo amor, es el Padre amoroso, olvidándose del contexto real de la parábola. Bajo mi punto de vista todo esto es muy peligroso, porque me recuerda a un principio que nos dijeron en una de las clases: ¡el diablo se regocija de que pensemos que no existe, pues así obra a sus anchas! Esto es muy peligroso, el pensar que todos, sin excepción, vamos al Paraíso. Dios Padre nos hizo libres para hacer y deshacer a nuestro antojo, pero siempre desde la perspectiva de la responsabilidad. Yahvé, nos llama de múltiples maneras, nos toca al corazón de muchas formas con tropiezos en nuestras vidas u otros actos que nos deberían de dar por reflexionar y coger el camino que nos dicta el corazón; lo que pasa es que no se le hace caso, porque, muchos, viven mejor sin Él y caminan, no por el camino que ellos quieren, si no por el de las masas, por los caminos mundanos de: “yo tengo derecho a todo”, el placer, la lujuria, el desenfreno, la envidia, el egoísmo, la intolerancia, la gula… todo esto por supuesto que lo perdona el Señor, pero nunca sin que nosotros vayamos corriendo a su encuentro, con lágrimas en los ojos y el corazón roto por haber quebrantado el pacto que tenemos hecho con Él en nuestro Bautismo. Sólo entonces es cuando las dos definiciones de dicha parábola son efectivas, porque nosotros, con nuestro arrepentimiento, nos hacemos hijos pródigos y Él siempre, es el Padre amoroso.
Observemos lo que nos dice el Catecismo de la Iglesia Católica:
212. ¿En qué consiste el infierno?
Consiste en la condenación eterna de todos aquellos que mueren, por libre elección, en pecado mortal. La pena principal del infierno consiste en la separación eterna de Dios, en quien únicamente encuentra el hombre la vida y la felicidad para las que ha sido creado y a las que aspira. Cristo mismo expresa esta realidad con las palabras «Alejaos de mí, malditos al fuego eterno» (Mt 25, 41).

213. ¿Cómo se concilia la existencia del infierno con la infinita bondad de Dios?
Dios quiere que «todos lleguen a la conversión» (2 P 3, 9), pero, habiendo creado al hombre libre y responsable, respeta sus decisiones. Por tanto, es el hombre mismo quien, con plena autonomía, se excluye voluntariamente de la comunión con Dios si, en el momento de la propia muerte, persiste en el pecado mortal, rechazando el amor misericordioso de Dios.

Queda bien clara la misericordia de Dios, no hay lugar a dudas. El infierno no lo hizo Dios, Jesús en la Santa Cena dijo: Mientras comían, Jesús tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y lo dio a sus discípulos, diciendo: "Tomad, esto es mi Cuerpo". Después tomó una copa, dio gracias y se la entregó, y todos bebieron de ella. Y les dijo: "Esta es mi Sangre, la Sangre de la Alianza, que se derrama por muchos. Marcos 14, 22-24.
San Marcos, no dice que la sangre de Cristo se derramara por todos, no, dijo: “por muchos”. San Mateo 26, 26-29, viene a decir lo mismo. Todos estamos llamados al Reino de Dios por ser hijos suyos, pero sólo estará en el Paraíso, en el Edén, toda persona que cumpla con los diez Mandamientos de la ley de Dios, o que en su últimos minutos de vida se arrepienta de sus pecados; esto es posible gracias a la misericordia de Yahvé. Recordemos la parábola de los obreros de la última hora: Porque el Reino de los Cielos se parece a un propietario que salió muy de madrugada a contratar obreros para trabajar en su viña.
Trató con ellos un denario por día y los envió a su viña.
Volvió a salir a media mañana y, al ver a otros desocupados en la plaza, les dijo: "Vayan ustedes también a mi viña y les pagaré lo que sea justo". Y ellos fueron. Volvió a salir al mediodía y a media tarde, e hizo lo mismo. Al caer la tarde salió de nuevo y, encontrando todavía a otros, les dijo: "¿Cómo se han quedado todo el día aquí, sin hacer nada?". Ellos le respondieron: "Nadie nos ha contratado". Entonces les dijo: "Vayan también ustedes a mi viña". Al terminar el día, el propietario llamó a su mayordomo y le dijo: "Llama a los obreros y págales el jornal, comenzando por los últimos y terminando por los primeros". Fueron entonces los que habían llegado al caer la tarde y recibieron cada uno un denario. Llegaron después los primeros, creyendo que iban a recibir algo más, pero recibieron igualmente un denario. Y al recibirlo, protestaban contra el propietario, diciendo: "Estos últimos trabajaron nada más que una hora, y tú les das lo mismo que a nosotros, que hemos soportado el peso del trabajo y el calor durante toda la jornada". El propietario respondió a uno de ellos: "Amigo, no soy injusto contigo, ¿acaso no habíamos tratado en un denario? Toma lo que es tuyo y vete. Quiero dar a este que llega último lo mismo que a ti. ¿No tengo derecho a disponer de mis bienes como me parece? ¿Por qué tomas a mal que yo sea bueno?". Así, los últimos serán los primeros y los primeros serán los últimos". Mateo 20; 1-16.


Existe el Cielo, el Purgatorio y el infierno. Son muy pocos los que van directamente al Cielo, la inmensa mayoría van al Purgatorio y de allí al Cielo, después de acrisolar todos sus pecados y convertirse en perfectos como nuestro Padre Celestial. Los que van al infierno no salen de este lugar nunca, es eterno.