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viernes, 28 de febrero de 2014

San Pedro Poveda (tercera parte: "Reflexión y oración: Fundador de la Institución Teresiana")

Reflexión y oración: Fundador de la Institución Teresiana
Después de tres años de intensísimo trabajo, ante las inevitables dificultades que también encontró, en 1905 se trasladó a Madrid con el propósito de fundar un asilo para niños de la calle, que no pudo realizar. Estuvo en Linares y en Baeza, ayudando a un hermano suyo en los estudios, hasta que en 1906 fue nombrado canónigo de la Basílica de Nuestra Señora de Covadonga (Asturias), en la zona montañosa del norte de España. Allí permaneció hasta 1913.
            El cambio de circunstancia y de ambiente respecto a su Andalucía natal, no modificó su actitud. Atento al nuevo entorno en que vivía por exigencia de su fe, se preocupó en primer lugar de los numerosos visitantes que acudían al Santuario. Para que su experiencia religiosa se prolongara algo más que las pocas horas de su estancia allí, editó libros y opúsculos, con los que también pretendía colaborar a su formación cristiana, como En provecho del alma (Linares, 1909), Para los niños (Barcelona, 1910) y Plan de vida (Linares, 1911). En otro librito, Visita a la Santina (Oviedo, 1909), ofrecía a los peregrinos sugerencias para el tiempo que permanecieran en el Santuario y, con los cinco folletos titulados La Voz del Amado (Vergara, 1908), pretendía facilitarles la práctica de la oración con base en textos de la Sagrada Escritura, lo cual entonces era una gran novedad. También les exhortaba a la conversión continua, al buen uso del tiempo y a la comunión frecuente, bien preparada y agradecida, según las orientaciones pastorales que se estaban dando en ese momento en la Iglesia.
            Durante estos siete intensos años de Covadonga, fue profundizando en la comprensión de lo que ya había comenzado a percibir en Guadix: la importancia de atender a la educación de los niños y jóvenes para que llegaran a ser personas libres y responsables en la sociedad y, por tanto, la necesidad de que los maestros estuvieran bien preparados profesionalmente, vivieran su fe de modo coherente y responsable, fueran solidarios y supieran cooperar.
            Sus frecuentes estancias en Madrid, paso obligado en sus viajes desde Covadonga a Linares; la proximidad de Oviedo, con una prestigiosa Universidad, y la cercana ciudad de Gijón, con un importante puerto abierto a Europa y América, le fueron ampliando horizontes y conocimientos, de modo que llegó a captar con gran clarividencia y profundidad los problemas que, fundamentalmente sobre educación y enseñanza, se debatían en el momento.
Gran parte de las cuestiones entonces planteadas tenían como base la relación entre la fe y la ciencia, conflictiva para quienes se consideraban más renovadores, y esto incidía de modo decisivo en el campo de la escuela. Es lo que analizó en algunos artículos que dio a conocer a través de la prensa, recogidos poco después en el folleto Alrededor de un proyecto (Linares, 1913). Además, era el momento en que, a partir de distintas experiencias aisladas, se estaña sistematizando la pedagogía científica, y cuando el Estado intentaba adueñarse de la escuela, antes principalmente en manos de la Iglesia.
La etapa de Covadonga fue decisiva en su biografía. Intensa en reflexión y proyectos, en ella maduró su ideal apostólico y educativo, orientado ya de por vida hacia la formación y coordinación de los educadores.
            En los amplios tiempos dedicados a la oración “mirando a la Santina”, profundizó en el misterio de la Encarnación del Verbo y, por tanto, en la implicación de los creyentes en la obra de la Redención. Y de su propia identificación con Jesucristo Crucificado y de la reflexión, desde la fe, sobre la realidad que progresivamente iba descubriendo, le fueron surgiendo nuevos proyectos de acción. Para llevarlos a la práctica escribió y publicó artículos y opúsculos programáticos, como el conocido Ensayo de Proyectos Pedagógicos (Gijón, 1911 y Sevilla, 1912), Simulacro pedagógico (Sevilla 1912) y Diario de una Fundación (Sevilla, 1912). En estos folletos tuvo la clarividencia y la audacia de proponer un amplio plan de formación y coordinación del profesorado, que poco después dio lugar a la “Federación Nacional de Maestros Católicos”. Y, dispuesto siempre a “comenzar haciendo”, a partir de 1911 fundó Academias para estudiantes de Magisterio, Centros Pedagógicos y Revistas, germen de su principal obra, la Institución Teresiana. Para las Academias escribió los Avisos Espirituales de Santa Teresa de Jesús, veinte breves capítulos con textos escogidos de las obras de la Santa, y unos originales Consejos (Covadonga, 1911) dirigidos a las Profesoras y Alumnas, futuras maestras, en los que dejó claramente esbozadas las líneas pedagógicas que había de desarrollar después.
            En la I Asamblea General de la Institución Teresiana, celebrada en 1928, el fundador planteó la pregunta: ¿podría desidentificarse la Obra? Y volviendo los ojos al origen, clave siempre de renovada identidad, escribió estas y otras consideraciones al respecto:

“Covadonga es para la Institución algo singular, único, y para mí algo más singular y más único.
La santa Cueva será siempre la cuna de nuestra amadísima Obra.
Ante la imagen de la Santina se oró, se proyectó, se vio, por decirlo así, el desarrollo de la Obra.
En fin, siete años de vida intensa en aquel bendito recinto dan mucho de sí, y todo lo que dieron fue en    torno del ideal de mi vida, que surgió y cristalizó mirando a la Santina”.

            ¿Cómo pudo afirmar San Pedro Poveda que la Institución Teresiana había nacido en Covadonga y no en Gijón, donde en agosto de 1911 fundó la primera Academia para maestros, o en Oviedo, donde en diciembre del mismo año dio vida a la primera Academia femenina para estudiantes de Magisterio? Resulta evidente que, en coherencia con su pensar y su sentir, el fundador no relacionaba el origen de su Obra con las actividades concretas a que inicialmente dio lugar el nuevo carisma, sino con su momento Fontal, genuino, germinal; con la inspiración nacida de la oración y el estudio que alentó aquéllas y todas las actividades que vendrían después. Porque la Institución Teresiana, en su peculiar identidad, no hace referencia a una actividad concreta, sino a un proyecto de formación y coordinación de educadores, animado por el Espíritu, que surgió y cristalizó mirando a la Santina.

            De aquí también que, para el fundador, la devoción a Nuestra Señora fuera algo sustancial, irrenunciable, por constituir un elemento de su identidad. Había escrito en 1927 refiriéndose al evidente marianismo que caracterizaba a la Institución: “Tan de Dios me parece esta señal que, os lo confieso sinceramente, preferiría ver desaparecer la Obra a ver disminuir en ella la devoción mariana”. Porque, en ese caso, se estaría debilitando su identidad. E insistía: la Institución Teresiana “es una asociación eminentemente mariana por su origen, por su historia y por su propia elección. Nació en la cueva de Covadonga”.