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miércoles, 24 de diciembre de 2014

Reinas y Princesas

Reinas y Princesas

En una magnifica cafetería de la Sierra de Segura, desde la que se ven, tras un gran ventanal, los cerros, montañas y pinos, llenos de nieve y con una cocina campera llena de leña en ascuas, acompañada de unas  llamas que alegremente jugueteaban, estaban dos amigas dialogando con una taza de café cada una en sus manos. Laura le comenta a María que a ella le gusta más el verano por el calor, la piscina, la playita y las veladas al aire libre, cosa que en invierno no se podían hacer y María le contesta que en ese momento no estarían ellas tomando esa delicia y en ese acogedor entorno si no fuera por esas circunstancias y que en invierno se descansaba mejor, se comía más y si hacia frio pues una se echaba ropa y adiós a las tiritonas y también fíjate (añadió María) tenemos la fiesta de Navidad en la que nos juntamos toda la familia y disfrutamos de lo lindo. A esto saltó Laura como una centella y le contestó: pues yo no entiendo como tienes que esperar a la Navidad para juntar a toda la familia, eso en cualquier momento se puede hacer y además a mí no me gusta la Navidad, pues me trae recuerdos de gente muy querida que no están conmigo y eso me llena de tristeza; esa tristeza-le responde María- la tendrás siempre, sea Navidad o no, pero esta fiesta es especial. Yo no entiendo como en otros países pueden celebrar la Navidad en verano, el invierno es mejor, en tu casa, o en la de cualquier familiar, con la calefacción, todo calentito contándonos cosas del antaño, esos mantecados, ese cordero de la Sierra de Segura ¡que rico!, los villancicos. Eso en verano no se puede hacer, a mí esta estación me encanta y ¿Qué me dices de la nieve? Fíjate que panorama más bonito, vamos que este fin de semana me voy con mi Antonio a Sierra Nevada a esquiar y pasármelo bomba. Laura quedándose muy pensativa le dice a María, oye, ahora que lo dices recuerdo, en la casa de mis abuelos maternos, que vivían en un cortijo de Córdoba, como, ante la chimenea, mi abuelo nos hablaba de los valores humanos, algo que ahora, parece, que no se comenta mucho, y, me decía- lo recuerdo con total nostalgia-, hija mía, no hagas lo que a ti no te gusta que te hagan, y otra que decía: haz el bien y no mires a quien. De todas, son estas dos las que más recuerdo, ¡fíjate que ya me hablada del reciclado! Pero no significa que me guste esta estación, estación de total oscuridad con frio, agua y nieve. María, asombrada de lo que contaba su amiga, se quedó fija, mirando los ojos de Laura con una sonrisa en sus mejillas y una mirada un tanto triste y le dijo: ¿sabes? Laura le contestó ¿Qué? Se me ha inundado la mente- le respondió María- de recuerdos que me han alegrado y entristecido a la vez; yo me crie en una huerta y teníamos a mis abuelos, oye ¿por qué se quieren tanto a los abuelos?, no sé, le respondió Laura, será porque nos han querido mucho, yo me sentía protegida con mi abuelo José y me daba muchos caprichos y consejos; a mí también- le saltó María-, mis abuelos me querían con locura y me daban de caprichos, pero lo que más, era cuando empezaba el gélido frio y mi abuelo nos traía castañas del mercado, que ricas, las preparaba en una sartén que tenía a propósito “que fragancia, que aroma tan delicioso” parece que las estoy oliendo, vamos como si estuviera alguien haciéndolas ahora mismo y de las gachas ¿Qué me dices? Mi abuela las hacía de rechupete, las nueces, las bellotas... Mi abuelo me cogía y me sentaba en sus piernas, con una mirada inundada de felicidad y cariño, me decía: tú te tienes que buscar un hombre que te haga feliz, no mires las riquezas materiales, mira el corazón, no mires la guapura ni la estatura, mira los hechos de ese hombre, no mires el que esté aislado sin convivir con sus padres, mira al que está con sus progenitores y a su madre la tiene como a una reina, porque solo así encontrarás la felicidad, solo el buen hijo puede ser el mejor marido, porque el que mima y quiere a una princesa es porque ha sido educado por una reina.

Las dos se cogieron de las manos y mirándose a los ojos, ojos que brillaban como estrellas, no dijeron nada y en silencio estuvieron unos segundos, hasta que llegó el esposo de María e interrumpiéndolas, le dio un beso en los labios, cálido y sabroso, a su esposa y después  le preguntó: Princesa ¿de qué hablabais? María, llena de felicidad, le respondió: de nada importante ¿o sí?, las dos amigas se echaron a reír y ella añadió, de Reinas y Princesas.