Origen de la vocación.
Al hablar de
su vocación, Pablo la hace remontar mucho antes del acontecimiento que se
produjo en el camino de Damasco. Afirma que "Dios lo había llamado por su
gracia, desde el seno materno" (Gal I-15). Al origen de su existencia, aún
antes de su nacimiento, Pablo había sido señalado por la vocación. Dios se lo
había apartado o lo había escogido, es decir que había separado a Pablo de los
demás hombres y del mundo, para tomar posesión de su vida, reservándoselo para
sí. Lo había llamado por su gracia, es decir que por un favor enteramente
gratuito, había decidido hacerle oír su llamamiento. En este sentido fue
predestinado a la vocación.
La infancia,
la juventud de Saulo y aún su actitud de perseguidor, estaban en realidad
impregnados y ordenados por esta predestinación: toda su vida estaba orientada,
sin darse cuenta, hacia el momento en que la vocación se iba a revelar.
Encuentro
con Cristo vivo.
Iba a llegar
Saulo al término de su viaje, cuando queda cegado por la luz de Cristo y echado
por tierra. No ve el rostro de Jesús pero oye su voz: "¡Saulo, Saulo! ¿Por
qué me persigues? Yo soy Jesús a quien tú persigues".
Saulo creía
que Jesús estaba muerto, bien muerto y que su lamentable fin sobre la cruz era
la señal de la reprobación de Dios para su obra. Cuando he aquí que de pronto
se da cuenta de la potencia triunfadora de este Jesús que le prueba que está
vivo, puesto que lo detiene y lo tira por tierra. Saulo encuentra a Cristo
glorioso, a un Cristo rodeado de luz sobrenatural.
En toda
vocación, desde ahora, el llamamiento procede de Cristo resucitado. La fuerza
divina de la resurrección está comprometida en el llamamiento; por este motivo
la vocación es un misterio de vida nueva, un misterio de gozo, felicidad y
alegría.
Llamado de
Cristo.
Jesús se
aparece a Saulo identificado con su Iglesia, puesto que se proclama perseguido.
La persecución contra los cristianos alcanza personalmente a Cristo.
Desde luego
Jesús detiene e interpela a Saulo en el camino de Damasco como jefe de su
Iglesia. El autor del llamado es Cristo en su Iglesia. Se puede decir que con
Jesús está toda la Iglesia dirigiéndose a Saulo para llamarlo y para provocar
la transfiguración de perseguidor en apóstol.
Por este
motivo la Iglesia tiene parte en la vocación: cuando Cristo llama lo hace por y
para la Iglesia, y en nombre de la Iglesia. El llamamiento es por demás un
servicio voluntario en la Iglesia y por la Iglesia: apego a Cristo y servicio
de la Iglesia son una sola y misma cosa.
Respuesta de
Saulo.
“Señor” ¿qué
quieres que haga? (Hechos 20, 10). Es notable la docilidad de Saulo al
llamamiento de Dios. Venía a Damasco con voluntad firme de perseguir a los
cristianos violentamente y he aquí que deja todo lo que quería hacer y no busca
ya más que conocer la voluntad de Jesús. Se ofrece con una disponibilidad sin
límites. Su generosidad al servicio de Cristo.
Saulo es el
modelo de la aceptación de la vocación. Para él, el llamado echaba por tierra
su vida y sus convicciones. Pero este llamado fue recibido por un alma
grandemente abierta.
Misión que
da Dios a Pablo.
"Este
hombre, dijo el Señor a Ananías, es para mí un instrumento de elección para
llevar mi nombre delante de todas las naciones, de los reyes y de los hijos de
Israel". Del primer perseguidor, Cristo quiere hacer el mayor apóstol de
la Iglesia primitiva, el que llevará a cabo el más extenso trabajo de
evangelización entre las naciones paganas.
El pasado de
Saulo no será un obstáculo para esta misión; de perseguidor que fue ahora será
mucho más ardiente para proclamar y extender la fe en Cristo. Pudiera suceder
que ciertas personas, llamadas por el Señor para una misión apostólica
importante, hayan tenido un pasado aparentemente poco de acuerdo para esta
misión. Pero este pasado no es para ellas un obstáculo, porque la vocación
opera una renovación del alma, pone fin a un período de la existencia e
inaugura un nuevo destino.
Llamado al
sacrificio.
Cristo
declara aún: "Yo mismo le haré ver todo lo que tendrá que sufrir por mi
nombre". La vocación confiere a Saulo la eminente dignidad de apóstol,
pero lo destina al mismo tiempo al sufrimiento. Una misión apostólica no puede
cumplirse sin sacrificio, y Pablo tendrá que experimentarlo.
La vocación,
llamamiento para seguir a Cristo, es siempre un llamado a unirse a su
sacrificio, compartir su Pasión para cooperar a la salvación del mundo. A los
que llama especialmente para ser sus apóstoles y testigos, Jesús les muestra
todo lo que tendrán que sufrir por su nombre, por amor de Él.
Efusión del
Espíritu Santo.
Para que
Pablo pudiera realizar lo que le pide el Señor, deberá recibir la luz y la
fortaleza de lo alto, "ser lleno del Espíritu Santo". Como en él,
conversión y vocación coinciden; la gracia que necesita le es dada por el
bautismo.
El llamado
de la vocación no toca solamente el exterior del alma: para penetrar en una
personalidad, en una vida humana y para moderarla según su nuevo destino, es
acompañada de una efusión del Espíritu Santo. El alma es transformada por el
Espíritu Santo y se vuelve apta para realizar todas las exigencias de la
vocación, para cumplir la misión confiada por el Señor.
Bautismo y
vocación.
En el caso
de Saulo aparece más vivamente el estrecho lazo que existe entre bautismo y
vocación. Por el bautismo Dios se adueña de una alma para llenarla de su vida
divina; por la vocación quiere adueñarse de ella mucho más, llevando hasta lo
máximo esta posesión.
El bautismo
inauguró la vida de Pablo "en Cristo", vida de fe y de amor. En
virtud de la vocación Pablo se entregó totalmente a Cristo que entraba en su
alma; se puso a vivir únicamente por Él: la fe y la caridad alcanzaron su más
grande dimensión en la total consagración a su misión apostólica.