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domingo, 9 de marzo de 2014

Origen de la vocación de san Pablo

Origen de la vocación. 
Al hablar de su vocación, Pablo la hace remontar mucho antes del acontecimiento que se produjo en el camino de Damasco. Afirma que "Dios lo había llamado por su gracia, desde el seno materno" (Gal I-15). Al origen de su existencia, aún antes de su nacimiento, Pablo había sido señalado por la vocación. Dios se lo había apartado o lo había escogido, es decir que había separado a Pablo de los demás hombres y del mundo, para tomar posesión de su vida, reservándoselo para sí. Lo había llamado por su gracia, es decir que por un favor enteramente gratuito, había decidido hacerle oír su llamamiento. En este sentido fue predestinado a la vocación. 
La infancia, la juventud de Saulo y aún su actitud de perseguidor, estaban en realidad impregnados y ordenados por esta predestinación: toda su vida estaba orientada, sin darse cuenta, hacia el momento en que la vocación se iba a revelar. 
Encuentro con Cristo vivo. 
Iba a llegar Saulo al término de su viaje, cuando queda cegado por la luz de Cristo y echado por tierra. No ve el rostro de Jesús pero oye su voz: "¡Saulo, Saulo! ¿Por qué me persigues? Yo soy Jesús a quien tú persigues". 
Saulo creía que Jesús estaba muerto, bien muerto y que su lamentable fin sobre la cruz era la señal de la reprobación de Dios para su obra. Cuando he aquí que de pronto se da cuenta de la potencia triunfadora de este Jesús que le prueba que está vivo, puesto que lo detiene y lo tira por tierra. Saulo encuentra a Cristo glorioso, a un Cristo rodeado de luz sobrenatural. 
En toda vocación, desde ahora, el llamamiento procede de Cristo resucitado. La fuerza divina de la resurrección está comprometida en el llamamiento; por este motivo la vocación es un misterio de vida nueva, un misterio de gozo, felicidad y alegría. 
Llamado de Cristo. 
Jesús se aparece a Saulo identificado con su Iglesia, puesto que se proclama perseguido. La persecución contra los cristianos alcanza personalmente a Cristo. 
Desde luego Jesús detiene e interpela a Saulo en el camino de Damasco como jefe de su Iglesia. El autor del llamado es Cristo en su Iglesia. Se puede decir que con Jesús está toda la Iglesia dirigiéndose a Saulo para llamarlo y para provocar la transfiguración de perseguidor en apóstol. 
Por este motivo la Iglesia tiene parte en la vocación: cuando Cristo llama lo hace por y para la Iglesia, y en nombre de la Iglesia. El llamamiento es por demás un servicio voluntario en la Iglesia y por la Iglesia: apego a Cristo y servicio de la Iglesia son una sola y misma cosa. 


Respuesta de Saulo. 
“Señor” ¿qué quieres que haga? (Hechos 20, 10). Es notable la docilidad de Saulo al llamamiento de Dios. Venía a Damasco con voluntad firme de perseguir a los cristianos violentamente y he aquí que deja todo lo que quería hacer y no busca ya más que conocer la voluntad de Jesús. Se ofrece con una disponibilidad sin límites. Su generosidad al servicio de Cristo. 
Saulo es el modelo de la aceptación de la vocación. Para él, el llamado echaba por tierra su vida y sus convicciones. Pero este llamado fue recibido por un alma grandemente abierta. 
Misión que da Dios a Pablo. 
"Este hombre, dijo el Señor a Ananías, es para mí un instrumento de elección para llevar mi nombre delante de todas las naciones, de los reyes y de los hijos de Israel". Del primer perseguidor, Cristo quiere hacer el mayor apóstol de la Iglesia primitiva, el que llevará a cabo el más extenso trabajo de evangelización entre las naciones paganas. 
El pasado de Saulo no será un obstáculo para esta misión; de perseguidor que fue ahora será mucho más ardiente para proclamar y extender la fe en Cristo. Pudiera suceder que ciertas personas, llamadas por el Señor para una misión apostólica importante, hayan tenido un pasado aparentemente poco de acuerdo para esta misión. Pero este pasado no es para ellas un obstáculo, porque la vocación opera una renovación del alma, pone fin a un período de la existencia e inaugura un nuevo destino. 
Llamado al sacrificio. 
Cristo declara aún: "Yo mismo le haré ver todo lo que tendrá que sufrir por mi nombre". La vocación confiere a Saulo la eminente dignidad de apóstol, pero lo destina al mismo tiempo al sufrimiento. Una misión apostólica no puede cumplirse sin sacrificio, y Pablo tendrá que experimentarlo. 
La vocación, llamamiento para seguir a Cristo, es siempre un llamado a unirse a su sacrificio, compartir su Pasión para cooperar a la salvación del mundo. A los que llama especialmente para ser sus apóstoles y testigos, Jesús les muestra todo lo que tendrán que sufrir por su nombre, por amor de Él. 
Efusión del Espíritu Santo. 
Para que Pablo pudiera realizar lo que le pide el Señor, deberá recibir la luz y la fortaleza de lo alto, "ser lleno del Espíritu Santo". Como en él, conversión y vocación coinciden; la gracia que necesita le es dada por el bautismo. 
El llamado de la vocación no toca solamente el exterior del alma: para penetrar en una personalidad, en una vida humana y para moderarla según su nuevo destino, es acompañada de una efusión del Espíritu Santo. El alma es transformada por el Espíritu Santo y se vuelve apta para realizar todas las exigencias de la vocación, para cumplir la misión confiada por el Señor. 

Bautismo y vocación. 
En el caso de Saulo aparece más vivamente el estrecho lazo que existe entre bautismo y vocación. Por el bautismo Dios se adueña de una alma para llenarla de su vida divina; por la vocación quiere adueñarse de ella mucho más, llevando hasta lo máximo esta posesión. 

El bautismo inauguró la vida de Pablo "en Cristo", vida de fe y de amor. En virtud de la vocación Pablo se entregó totalmente a Cristo que entraba en su alma; se puso a vivir únicamente por Él: la fe y la caridad alcanzaron su más grande dimensión en la total consagración a su misión apostólica.

El Maronismo



EL MARONISMO
La Iglesia Maronita pertenece al rito Siriaco-Arameo que ha heredado y guardado las tradiciones de las primitivas comunidades cristianas de Jerusalén y Antioquía.
Los maronitas se sienten orgullosos de pertenecer al Patriarcado de Antioquía, cuyo rito y liturgia datan de la época de los Apóstoles.
Desde que los Apóstoles pasaron por Líbano en su camino a Jerusalén, desde Antioquía y de regreso, fundaron la primera iglesia en Líbano. Se dice, que El Apóstol Pedro, en persona, participó en la cristianización del pueblo libanés. Desde entonces, se mantienen fieles a la primera predicación, incluso, en las campañas de persecución, que se remontan al tiempo de los romanos.
El nombre de "Maronitas", tiene su origen en el siglo IV, en el que vivió un famoso monje ermitaño llamado Marón, cuyos discípulos fueron grandes defensores de la ortodoxia cristiana, y conocidos también, por su virtud y sabiduría.
Para escapar de las continuas persecuciones y opresión de los enemigos de la fe: paganos provenientes del Imperio Romano, tiempo después, de la dominación Árabe y del Imperio Turco-Otomano. Los monjes, y numerosos cristianos se refugiaron en Líbano, ocupando desde aquel entonces las inaccesibles montañas, que con el tiempo llegaron a ser fecundas tierras de labor, y vergeles llenos de árboles frutales y vides, todo, fruto del trabajo organizado y duro.
Es indudable, que la nueva patria moldeó y pulió su personalidad y carácter, convirtiéndolos en heraldos de la paz y la convivencia fraterna, entre los pueblos de la tierra. Fueron trabajadores diligentes e industriosos, que sacrificaron su vida por la unidad, la seguridad, la fe y el amor por el rito antioqueño.
Por siglos sufrieron grandes pruebas, persecuciones, servidumbre y muerte, sin embargo, gracias a la perseverancia y santidad de los monjes, pudieron conservar la verdadera fe, ofreciendo a las generaciones que les sucedieron un espíritu de libertad que les preservó de ser asimilados por el Islam.
Los Maronitas fueron líderes en muchos ramos de la cultura y la ciencia como: teología, filosofía, poesía, literatura, arquitectura, pintura y artes. Fueron los primeros en introducir la imprenta, publicando los primeros libros en medio-oriente, además de ser pioneros en la educación primaria y superior, gracias al empeño de los patriarcas y sobre todo de los monjes.
Hoy el pueblo maronita se encuentra extendido por el mundo, su presencia y su voluntad de independencia y conservación del patrimonio territorial y cultural, que les es propio, testifican su calidad espiritual, su piedad y su libertad, que les ha conservado íntegros y a la vez en constante progreso. Son conocidos, como trabajadores incansables, devotos de su herencia y de su amor a La Santísima Virgen.
Su ininterrumpida cadena de mártires, confesores y santos como: San Marón, San Juan Marón, San Efrán- Doctor de la Iglesia-, San Ignacio de Antioquia- Padre Apostólico-, San Juan Crisóstomo- patriarca de Constantinopla y Padre de la Iglesia y los contemporáneos, San Charbel, Santa Rebeca de Himlaya y San Nemetala Al-Hardini son testigos de la fidelidad, lealtad, y fe al Evangelio como Palabra viva y permanente de Dios.
Han defendido heroicamente su existencia en la libertad dando ejemplo a otros pueblos de unidad y coherencia en su ideal, que es esencialmente un mensaje de amor.
Muchos son los europeos y actualmente americanos que se han sentido atraídos a la Montaña Libanesa, para vivir la experiencia del ascetismo y espiritualidad propios de los maronitas.
El Pueblo Maronita lleva inherente su fe y sus tradiciones, llevando, por este motivo, al mundo entero la suave fragancia de las virtudes cristianas a la vida que les rodea.
Cada maronita debería sentirse orgulloso de su herencia y conservar la memoria de sus antepasados, para seguir sus huellas y abrir así el camino a las futuras generaciones para que conserven su cultura, unidad y tradición.
Como Jesús mandó a sus Apóstoles para que fueran a evangelizar todas las naciones e hicieran discípulos, la naciente Iglesia creció y se extendió fuera de Jerusalén. Experimentó otras tradiciones, culturas, costumbres, idiomas, formas de arte, arquitectura y música. El oriente y el occidente cristianos expresan las mismas verdades fundamentales de su Fe católica en formas diversas, singulares y con distintos adornos. La Iglesia no es lo mismo que un rito. Dentro de la Iglesia católica existen 22 iglesias autónomas, cada una de las cuales sigue su propio rito. Todas tienen 3 elementos básicos: La Fe y el dogma Apostólico, Los misterios o Sacramentos y la Unidad en torno al Papa.
Un rito es la liturgia única, la teología, la espiritualidad y el derecho, caracterizados por su propia influencia cultural, lingüística y de tradición