Nacemos aprendiendo y morimos sin
saber nada.
Los primeros días de nuestra vida la dedicamos a observar todo lo
que está a nuestro alrededor y estamos viendo por primera vez y como algo
desconocido nos acostumbramos a ello y lo tomamos como algo nuestro, dentro de
nuestro corazón y de nuestra mente, pues es lo que tenemos a nuestro alcance
por ser la primicia de nuestro sentido de
la vista, el tacto, olor y en algunos de los casos, sabor y audición. Estamos
a gusto porque nos hemos hecho a todo ello y no podemos pasar sin esto que nos
hace bien. Esto también se extiende a la familia, aunque en hoy día, parece ser
que esto de la familia no se lleva mucho y lo suyo es la división, el
egocentrismo… donde hay una familia sólida hay amor, unión, empatía y todo lo
bueno que debe haber dentro de este núcleo. Nuestros padres son lo primero y lo
más grande, seguido de nuestros hermanos, abuelos y demás familia; aunque hay
abuelos que se hacen de tanto amor que para los nietos es una gran duda ya que
no saben si quieren más a los padres o a los abuelos, esto lo he podido
observar en mis hijos.
Luego vienen los golpes fuertes
de la vida, los abuelos desaparecen de nuestras vidas y nos tenemos que hacer a
sus ausencias y lo echamos de menos, vienen, por primera vez a nuestras vidas,
la melancolía y recuerdos de alguien muy querido que de sopetón se nos ha ido
para siempre a otro lugar. Intentamos seguir para adelante pero algo en nuestro
interior nos dice que echamos mucho de menos a esos viejitos que nos dieron
todo su amor y cariño. Después nos falta otra persona querida, de esas que nos
dejan, también, una cicatriz muy profunda y muy dura de sobrellevar y seguimos
caminando con nuestro corazón dañado y lleno de tristeza y melancolía. Dios
mío, como se echa de menos a esas personas que lo dieron todo por nosotros y
que ahora no están a nuestro lado; como recordamos esos momentos de alegría y
gozo mientras estábamos todos juntos. Esto donde más se nota es las fiestas de
familia. Pero aquí no acaba la cosa y seguimos perdiendo a seres queridos. Hasta
tres veces he visto rota, por la muerte, mi familia y esto duele. Pierdes tu
hogar, pues ya no es el mismo, pierdes la alegría de vivir, pierdes esos
momentos de felicidad que ellos te dieron y solo ganas en tristeza y nostalgia.
Solo la persona que no está cerca
de Dios se desespera ante tanta pérdida y lo digo por experiencia pues cuando
estuve alejado de Él me vinieron todas las desdichas y sufrimientos ya que
pensaba que me lo merecía todo y ¿por
qué me pasaba esto o aquello? No lo entendía ni lo asimilaba. Solo con Dios a nuestro
lado podemos hacer frente a tan enormes ausencias y pensar siempre en los que
quedan a nuestro alrededor haciéndolos felices con nuestra alegría y sonrisa ya
que ellos también pasarán por todo esto.
Yo pienso que la muerte de un
hijo es la más desesperante y espantosa. Tu esposa se puede morir y tu casarte
con otra mujer, pero la muerte de un hijo no se suplanta con nadie ni con nada;
ese hueco no lo tapa nada más que la fe
y creencia en Dios nuestro Señor.
Seamos felices con lo que tenemos
y con quien tenemos, pues algún día, ellos también nos faltarán o nosotros a
ellos y en este último caso, dejarle unos buenos recuerdos de nosotros mismos y
ejemplo a seguir. Y recordar siempre que sin Jesucristo somos unos desgraciados
y errantes sin rumbo por la vida. Seamos pues fieles seguidores de Él y
misionemos su Santa Palabra con los hechos también.