Impulso a la Institución Teresiana
y compromiso con su ambiente
“Sentí muchísimo salir de Covadonga, pero fue mayor la alegría que me
produjo la esperanza de ver progresar mi Obra en muchas partes. Desde Jaén
podía servir mejor a la Obra”. Así explicaba don Pedro su traslado a Jaén en
1913.
El
Obispo de esta diócesis lo recibió complacido, tal como expresaba unos años
después, en enero de 1917, en una carta dirigida a Poveda: “Cuando usted fue nombrado canónigo de la Catedral de Jaén, recibí una
carta del señor Abad de la Colegiata de Covadonga, en donde usted era
prebendado, dándome la enhorabuena por su traslado a Jaén y haciéndome el
elogio de su Obra, de su espíritu de propaganda católica y de sus aptitudes
pedagógicas para tan importante objeto [...].
En suma: mi juicio sobre la Obra de usted es,
que la considero como bajada del Cielo, de oportunidad extraordinaria para
atender a las necesidades que exigen los tiempos presentes [...] y, por
consiguiente, Obra de grande y dilatada trascendencia. Concluyo alentándolo a
seguir adelante”.
Para
mejor impulsar, pues, esta Obra que agrupaba a personas dedicadas a evangelizar
en el mundo de la educación y la cultura, principalmente en el campo del
magisterio, decidió regresar a su diócesis de origen, teniendo en cuenta,
además, que, en cumplimiento de un reciente decreto, en el curso 1913-1914
estaba previsto crear Escuelas Normales de Maestras en las capitales de
provincia que no la tuvieran, como era el caso de Jaén, donde sólo había Normal
para Maestros.
Allí
fue canónigo de la Catedral, obtuvo el título de Maestro, trabajó como profesor
del Seminario y de ambas Escuelas Normales y participó activamente en la vida
de la ciudad, prestando siempre notable atención a los sectores más necesitados
y a las nuevas corrientes educativas y culturales del ambiente local. Muy
pronto fue reclamada su presencia en diversas iniciativas ciudadanas, como la
Asociación de la Prensa, la Academia de Estudios Superiores y la Real Sociedad
Económica de Amigos del País. Fue también director espiritual del Centro
Catequístico de Obreros, miembro de la Junta de Reclusos y Libertos y Vocal de
la Junta Provincial de Beneficencia. Y desde 1912 pertenecía a la Unión
Apostólica de Sacerdotes Seculares, de carácter internacional.
En Jaén publicó el folleto El
estudio de la Pedagogía en los Seminarios (1917), que recoge la lección inaugural del curso 1914-1915,
que le correspondió dictar como último profesor llegado al Centro. Manifestó de
modo muy documentado su convencimiento
convencido de que, quienes tenían por misión educar en la fe, deberían
gozar de la preparación pedagógica adecuada, haciendo propuestas concretas.
Apenas
llegado a Jaén, conoció a María Josefa Segovia, entonces de 22 años de edad,
que estaba concluyendo sus estudios en la Escuela Superior del Magisterio de
Madrid y llegó a ser su principal colaboradora en la Institución Teresiana. A
ella le confió iniciar una Academia-Internado en dicha ciudad para las alumnas
de la nueva Escuela Normal femenina, mientras hacía sus Prácticas y Memoria de
la Escuela Superior, tarea que realizó con notable competencia y entusiasmo. Y
desde allí continuó don Pedro animando la creación de otras Academias y Centros
de formación pedagógica en distintas capitales de provincia, que eran al mismo
tiempo hogares de profunda vida cristiana y presentaban una fisonomía cada vez
más propia y definida.
Esta
Obra se extendió con mucha rapidez y vio crecer notablemente sus actividades y
sus colaboradores, contribuyendo de modo decisivo a la promoción y formación de
la mujer. Las Academias de Santa Teresa de Jesús, la mayoría de ellas con
internado para las estudiantes de las Escuelas Normales, facilitaron el acceso
a los estudios de Magisterio a muchas jóvenes de las ciudades y de los pueblos
y su posterior ejercicio profesional. Además, en 1914 don Pedro Poveda abrió en Madrid la primera residencia
universitaria femenina de España y aglutinó a buena parte del profesorado femenino,
en particular de Escuelas Normales. La Obra Teresiana, al comienzo de los años
veinte del siglo pasado, llegó a ser tal vez el grupo más cualificado y
comprometido en la formación humana y cristiana de la mujer estudiosa.
La
Institución Teresiana, articulada en diversos grupos y con presencia muy activa
en los diversos sectores de la cultura y de la sociedad, en 1917 fue reconocida
civilmente en Jaén según de la vigente Ley de Asociaciones y obtuvo aprobación
eclesiástica diocesana como Asociación de Fieles, una “Pía Unión” según el
recién promulgado Código de Derecho Canónico. Quedó constituida desde el principio como una Institución de fieles laicos
compleja, con un único espíritu y misión y diversos modos de ser miembro de
ella. Se acogía a la titularidad de Santa Teresa de Jesús,
mujer de amplia cultura y de sólida vida de oración, adoptaba como estilo de
vida el de los primeros cristianos, e identificaba la educación y la cultura
como el ámbito específico de su misión.
En los
últimos años de su estancia en Jaén, el Padre Poveda ―como todos le llamaban―
escribió y dio a la imprenta Consideraciones (1920) y, principalmente,
el folleto y el libro titulados Jesús, Maestro de oración (Córdoba,
1922), hoy publicado en edición crítica en la Biblioteca de Autores Cristianos
(Madrid, 1997 y 2000). También vieron nuevas ediciones sus escritos de la etapa
de Covadonga y añadió una nueva e importante serie a sus Consejos.
Desde que viera la luz el primer número de la “Primera
Época” en octubre de 1913, don Pedro Poveda animó siempre el Boletín de las
Academias Teresianas, revista pionera en su género en cuanto a la formación
pedagógica de los educadores, formación en consonancia con la también deseada
profundización en su fe. Él escribió con frecuencia en las páginas del Boletín y animó a las profesoras de las
Academias a que lo hicieran, logrando mantener viva, y cada vez más lograda, la
presencia de esta publicación en los ambientes educativos.