El
pecado del mundo
¿Hay algo más hermoso
que el amor? Con lo sencillo que es, y oye, mueve montañas, yo lo compararía
con la parábola del grano de mostaza. Un poquito de amor, nada más que un
poquito, y bastaría para solucionar los problemas del mundo; no habría guerras,
ni hambre, ni miseria, ni desahucios, ni envidia, ni rencor… el egocentrismo
hay que mandarlo de vacaciones permanentes, para toda la eternidad mientras que
exista el universo. Este es el culpable de todos los males, el yo me lo merezco
todo, yo soy el primero; llega a tal nivel que vemos esas noticias escalofriantes
en los telediarios y no nos pasa nada, no se nos inmuta ni el más
insignificante vello de nuestro cuerpo. Es como si estuviéramos inmunizados
ante tanta barbaridad como se nos muestra en personas como nosotros que lo
tratan peor que al animal más insignificante y cruel que nos podamos echar a la
cara.
¡Ay el amor! ¿Dónde estás
desconocido? ¿Dónde habitas que solo se te ve en diminutas brisas casi opacas? ¿Dónde,
donde? ¿Dónde estás empatía? Recuerdo que mi padre me decía: “hijo mío, lo que
a ti no te gusta que te hagan, tú no lo hagas” ¿Dónde estás caridad? Y el día
del juicio final ¿Qué pasará? ¡Lo que hicisteis con uno de estos mis pequeños
lo hicisteis conmigo!