Vistas de página en total

miércoles, 26 de febrero de 2014

San Pedro Poveda (1ª parte)

SAN PEDRO  POVEDA  CASTROVERDE

Signo para la Iglesia y el mundo de hoy

María Encarnación González Rodríguez
Directora de la Oficina para las Causas de los Santos de la Conferencia Episcopal Española

San Pedro Poveda fue un hombre sencillo, humilde, dialogante y audaz, con una marcada coherencia entre su sentir, su pensar y su hacer, mantenida con serena fortaleza entre la pluralidad y la contradicción. No se parecía a los que destacaron por su protagonismo en una época en que todos deseaban tener un papel muy importante en el complejo escenario de la vida nacional. Era de los que discretamente se tomaban en serio lo que había que hacer, cediendo los honores, los primeros puestos y las alabanzas a los demás. Pero todos le conocían. Sabían dónde estaba el Padre Poveda dispuesto siempre a escuchar y a animar.
Cada época histórica tiene sus posibilidades y sus retos, y también la suya, que fue el momento en que Europa se abría a la “modernidad”. Tenía 26 años cuando comenzó un siglo nuevo, el XX, nacido con el ansia de renovación que suele acompañar a esta circunstancia. Joven, animoso, decidido, a Poveda le parecía entonces que todo se podía conseguir y, entusiasmado a fondo con el propio ideal, más que lamentar lo mucho que estaba por hacer, prefirió comprometerse con lo que tenía a su alcance. Así lo hizo siempre. Y triunfó del todo, pero con un triunfo muy particular: llegar a ser un gran santo. Un santo de los que enseñan cómo se vive, y cómo se muere, por amor a Jesucristo.
            Cuando el Papa le proclamó Santo en la Plaza de Colón de Madrid el día 4 de mayo de 2003, dejó constancia de este acto, como en todo caso semejante, en un documento muy solemne: una Bula pontificia. Esta Bula, que está escrita a mano en pergamino y firmada de puño y letra por Juan Pablo II, después de la solemne fórmula de canonización y antes de los párrafos finales dice así: “Concluida la oración acostumbrada, hemos venerado a este varón excepcional y admirando su heroica laboriosidad y sus maravillosos ejemplos de fe, hemos invocado su patrocinio en ayuda de toda la Iglesia”. Es muy importante este  párrafo: el Papa solicita a favor de la Iglesia la intercesión de este gran santo, que vivió y murió por y para la Iglesia de Jesucristo.

Llamado a ser sacerdote

 Pedro Poveda Castroverde nació Linares (Jaén) el 3 diciembre del 1874 y fue bautizado en la Parroquia de Santa María  una semana después. Era el hijo mayor de don José Poveda Montes y de doña María Linarejos Castroverde, un matrimonio profundamente cristiano y que participaba mucho en el complejo ambiente local.
            Linares era un núcleo urbano importante, porque estaban en plena explotación sus minas de plomo que incluso atraían a emigrantes para trabajar en ellas, aunque tuvieran que vivir en condiciones muy duras, como por desgracia entonces sucedía en muchos lugares. También hubo quien acumuló grandes fortunas. Llena de contrastes, esta ciudad era un muestrario de todas las clases sociales, de los distintos partidos políticos del momento y de las tendencias culturales que se estaban dibujando o debatiendo en España.
            La familia Poveda pertenecía a una clase media culta, sensible a los problemas sociales, y con amigos entre los pobres y entre los ricos. Don José, el padre, era químico de una importante Sociedad minera y la madre se ocupaba de la numerosa familia, con cinco hijos varones.
            Pedro, que vivió su infancia en el amplio ambiente familiar, donde se integraban bien los abuelos, los tíos, los primos y demás parientes, manifestó pronto gran atracción por el sacerdocio. Él mismo cuenta su afición a las “misas” de niño, y nosotros podemos ver hoy los vestidos y ornamentos que cariñosamente le hacían las tías para celebrarlas. Sin embargo, aunque era muy buen cristiano, el padre no accedió inmediatamente a que cumpliera su deseo, porque prefería que consolidara bien esta vocación. Al fin, tras prolongada insistencia, le autorizó a que ingresara en el Seminario de Jaén cuando contaba quince años de edad, pero con la condición de que continuara a la vez los estudios de Bachillerato como, en efecto, ocurrió. Realizó este examen el 20 y 30 de septiembre de 1893. Pedro lo narraba después de este modo:

“Tuve que librar una batalla para que me dejaran ir al Seminario; mi padre se oponía porque tenía pensado que hiciera el grado de bachiller y creía que al ingresar en el Seminario dejaría el grado. No fue así, y el año que cursé en el Seminario el 6º, o sea, el 3º de Filosofía, terminé mi Bachillerato en el Instituto de Baeza con nota de sobresaliente en los dos ejercicios”.

            Prepararse para ser sacerdote, “fue la mayor alegría que pudieron darme. Yo soñaba con el Seminario y me pasaba la vida haciendo planes”, escribió también. En estos años de seminarista, que él recordó siempre con mucho cariño y gratitud, se esmeró en cumplir con sus obligaciones de estudiante y  en la caridad con los pobres. Fue elegido para comisiones y servicios, por considerarlo responsable y de gran confianza.
            Las dificultades económicas en que se vio la familia por la prolongada enfermedad reumática del padre, le obligaron a solicitar una beca, que le fue concedida en el Seminario de Guadix (Granada) por el nuevo Obispo de la diócesis, don Maximiliano Fernández del Rincón. Se trasladó allí en 1894. “Fui a Guadix con un entusiasmo loco ─decía después─ y con unos deseos de ser santo y de copiar de aquel varón insigne que mejores no podían ser”.
En Guadix terminó sus estudios a la vez que cumplía algunos servicios en la diócesis y el 17 de abril de 1897, Sábado Santo, fue ordenado sacerdote en la capilla del Obispado, donde también celebró su primera Misa solemne el día 21, Miércoles de Pascua. En adelante fueron estas las fechas personales que más recordó y celebró. En su agenda, al llegar estos días, aparecen expresiones como estas: “Aniversario”, “Bendito día”. Y solía repetir: “¡Señor! Que yo sea sacerdote siempre: en pensamientos, palabras y obras”.

            Permaneció en la diócesis de Guadix ejerciendo su ministerio de presbítero como Vicesecretario del Obispo y Secretario del Gobierno Eclesiástico, Profesor y Director espiritual del Seminario, Presidente de las Conferencias de San Vicente de Paúl y de la Obra de la Propagación de la Fe y, sobre todo, como persona de confianza del Obispo, que le encomendaba diversas misiones. También dedicó tiempo al estudio y en 1900 obtuvo en Sevilla el título de Licenciado en Teología.