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domingo, 27 de abril de 2014

BREVE HISTORIA DE LOS PAPAS MÁS RELEVANTES San Juan XXIII, Juan Pablo I y San Juan Pablo II. 261, 263 y 264

261º Papa San Juan XXIII- Ángelo Giuseppe Roncalli-, al entrar Italia en la Primera Guerra Mundial, Roncalli ganó el grado de sargento combatiendo en el frente y, aunque tras la firma de la paz, regresó a Bérgamo para encargarse de la dirección espiritual de los clérigos, el papa Pio XI le llamó a Roma en 1920 para encomendarle la preparación del año Santo de 1925.
Cuando Pio XII le nombró cardenal, en enero de 1953, fue el presidente de la república francesa y jefe del partido socialista, Auriol,  quien le impuso el birrete cardenalicio en el gran salón del Eliseo. Ese mismo día, cuando recibió en la nunciatura al arzobispo de Paris, monseñor Feltin, el cardenal Roncalli dijo unas palabras que recordaron todos cuando fue elegido Papa: <<¡ Y pensar que hubiera gustado tanto hacer de párroco, acabar mis días en alguna diócesis de mi tierra!>>.
La convocatoria del Concilio Vaticano II, decisivo para el futuro de la Iglesia católica y muy influyente en el resto de las confesiones cristianas, e incluso de los no cristianos, los agnósticos y los ateos.
Juan XXIII anunció la convocatoria de un concilio ecuménico a los pocos meses después de su elección, cuando eran muchos los que creían que el tiempo de los concilios ya había pasado con la proclamación de la infalibilidad pontificia. Pronto se vio que ese concilio vendría a ser <<concilio de los obispos>>, como el Concilio Vaticano I había sido el <<concilio del Papa>>, ya que en él los obispos expresaron con tanta libertad sus ideas que quedaron impresionados los observadores anglicanos, protestantes y ortodoxos. Pero, por fortuna para todos, nadie parecía olvidar las palabras de Juan XXIII en su discurso de apertura, el día 11 de octubre de 1962, en el que señalaba una orientación abierta y optimista, menos propensa a condenar que a usar de la misericordia, dedicada a mostrar la validez de la doctrina cristiana más que a renovar condenas del pasado.
Juan XXIII se esforzó, durante el concilio y antes de él, en mejorar las relaciones de la Iglesia católica con las otras Iglesias, recibiendo la visita del primado anglicano y de los dirigentes de otras muchas confesiones cristianas, y creando un Secretariado para la Unión de los Cristianos que, durante el concilio, fue elevado al nivel del resto de las comisiones.
Publicó nueve encíclicas, la más famosa de las cuales fue la última, Pacem in Terris, que firmó el día de Jueves Santo de 1963 y que estaba dirigida no sólo a los obispos, clero y fieles católicos, sino a todos los hombres de buena voluntad, y expresaba su enorme preocupación por la paz, siempre relacionada con la doctrina social de la Iglesia, ya tratada por el buen Papa en la encíclica Mater et Magistra en 1961.
Cuando se despidió de los fieles para prepararse espiritualmente para Pentecostés, lo hizo también para una muerte que le llegó el 3 de junio de 1963. Tras ella, y por vez primera  en cuatrocientos años, se ponía a media asta la bandera del palacio en que residía  el primado anglicano por la muerte de un obispo de Roma. El mundo entero lloró la muerte del <<buen Papa Juan>> y todos supimos que no tardaría en llegar a los altares. Sus diarios, publicados en 1965 con el título “Diario de un alma”, y el libro Cartas a su familia, editado en 1969, son claro testimonio de la santidad, sencillez y humildad de su vida espiritual. Su proceso de beatificación fue iniciado por su sucesor, Pablo VI, en 1965, y concluido por Juan Pablo II en el año 2000.
Apuntes de interés:
Juan XXIII publicó  Pacem in Terris, el 11 de abril de 1963, para invitar a los cristianos a trabajar por el bien común, en conjunción con los no católicos, conjugando la eficacia técnica con los valores morales y espirituales. Esta encíclica está articulada en cinco partes: derechos y deberes de la persona, relaciones entre el individuo y la autoridad, relaciones entre comunidades políticas, relaciones entre individuos y sociedades con la comunidad mundial, y la llamada pastoral final.

El Concilio Vaticano II, el vigésimo primer concilio ecuménico de la Iglesia católica, fue convocado por Juan XXIII el
25 de enero de 1959 y se celebró durante los otoños de 1962 a 1965, con 178 reuniones de 2908 obispos, entre los que los obispos de Asia y África tuvieron un papel muy importante en las deliberaciones, y fueron pocos los pertenecientes a los países comunistas que asistieron al mismo. En el concilio tenían derecho a voto los obispos católicos y los superiores de las órdenes religiosas masculinas, pero las Iglesias ortodoxa y protestante fueron invitadas a enviar delegados oficiales en calidad de observadores, así como a oyentes laicos, dos de los cuales dirigieron sus palabras al concilio; pero, en 1964, un grupo de mujeres comenzaron a asistir a las sesiones en calidad de oyentes.

Este concilio publicó dieciséis documentos, entre los que deben destacarse los relativos a la revelación divina, a la Iglesia como institución y a la Iglesia en el mundo moderno. Para lograr una participación más activa en la misa, se dieron en el concilio los primeros pasos para que, en 1971, se sustituyese el latín por las lenguas vernáculas, entre otras importantísimas innovaciones que están en la mente de todos. A los propósitos de Juan XXIII, que convocó el concilio, Pablo VI añadió, como objetivo principal, el diálogo con el mundo moderno.





263º Papa.- Juan Pablo I. Albino Luciani nació en Forno di Canale- hoy Canale d’Agordo, un pueblo del norte de Italia situado en la diócesis de Belluno- el 17 de octubre de 1912, en el seno de una familia humilde, ya que su padre fue un obrero socialista que, viudo de su primer matrimonio, se casó con una católica muy piadosa a quien comprometió a educar a sus hijos en la misma fe.
Albino, el mayor de los cuatro hermanos, estudió en el seminario de Belluno, fue ordenado sacerdote en el 7 de julio 1935 e hizo estudios teológicos en la Universidad Gregoriana de Roma. Cuando regresó a su pueblo natal, fue nombrado coadjutor de la parroquia y, más tarde, vicerrector del Seminario Gregoriano de Belluno, en el que, durante diez años, enseñó teología dogmática, moral, derecho eclesiástico y arte sacro. Sus mejores cualidades como profesor fueron la capacidad de síntesis y el ser capaz de transformar en activo a aquellos de sus alumnos faltos de entusiasmo. Nacido para el magisterio, su primer libro le define: Catequesis en migajas.
En 1969 Pablo VI le nombra patriarca de Venecia, y en 1973 cardenal, pese a que él seguía definiéndose como seminarista. En una ocasión dijo:
<<Hay obispos de muchos tipos: unos parecen águilas que vuelan por las alturas con documentos magistrales; otros son jilgueros que cantan las  Glorias del Señor de modo maravilloso, y algunos son simples gorriones que sólo saben piar desde lo alto del árbol de la Iglesia. Yo soy de los últimos>>.
Entre 1973 y 1976 fue  vicepresidente de la Conferencia Episcopal Italiana y su extrema caridad le lleva a vender dos cruces pectorales regaladas por el beato Juan XXIII y un anillo, que lo había sido por Pablo VI, para ayudar a los subnormales. Explicaba que <<… el verdadero tesoro de la Iglesia son los pobres, los desheredados, los pequeños…>>. En ese tiempo, para mejor dar cuenta de sus ideas, publica Illustrissimi, un libro en el que recoge cartas ficticias dirigidas a personajes de la historia o la  fantasía y en el que defiende que se debe admitir el pluralismo en la teología o la liturgia, pero nunca en la fe. Era un sabio, un hombre dotado de una inteligencia agudísima, que  acataba a expresarse en la sencillez, la humildad y la jovialidad.
Tras la muerte de Pablo VI se celebró el cónclave con mayor número de cardenales y uno de los más breves de los habidos hasta entonces: tras una sola jornada, el cardenal Luciani, cardenal de Venecia, es elegido Papa y toma el nombre de Juan Pablo I el 26 de agosto de 1978, menos de un mes después de la muerte de su predecesor. Renunció a la ceremonia de coronación. En cuanto al resto, dejemos que sea él mismo quien lo cuente:
<<Cuando ayer por la mañana fui a la Capilla Sixtina a votar, iba tranquilo, nunca imaginé lo que iba a  suceder. Cuando se inició el peligro para mí, los dos compañeros que tenía al lado me susurraron: “Ánimo; si el Señor da un paso, dará también las fuerzas para llevarlo. No tenga miedo, en el mundo entero mucha gente reza por el nuevo Papa”. Llegado el momento, acepté. Después se me planteó la cuestión del nombre, y me preguntaban qué nombre quiere tomar. Yo había pensado poco en ello, pero hice este razonamiento: el papa Juan quiso consagrarme aquí, en la basílica de san Pedro; después, aunque indignamente, en Venecia le he sucedido en la cátedra de san Marcos, en esa Venecia que todavía está completamente llena del papa Juan y donde le recuerdan los gondoleros, las religiosas y todo el pueblo; pero el papa Pablo no sólo me ha hecho cardenal, sino que, algunos meses antes, sobre el estrado de la plaza de san Marcos, me hizo ponerme colorado ante veinte mil personas porque se quitó la estola y me la echó sobre las espaldas. ¡Jamás me he puesto tan colorado! En quince años de pontificado, este Papa ha demostrado no sólo a mí, sino a todo el mundo, cómo se ama, cómo se sirve y cómo se trabaja y se sufre por la Iglesia de Cristo. Por estas razones, dije, me llamaré Juan Pablo, aunque ni tengo la sapientia cordis del papa Juan, ni la preparación y la cultura del papa Pablo. Estoy en su puesto y debo tratar de servir a la Iglesia; espero que me ayudéis con vuestras plegarias>>.
Juan Pablo I, el Papa de la sonrisa, el Papa adecuado para un mundo anhelante de amor, alegría y esperanza, un párroco bueno como Juan XXIII y sabio, humilde y santo como Pablo VI, murió el 28 de septiembre de 1978 cuando apenas se había cumplido un mes desde su elección.


264º Papa.- San Juan Pablo II. Participa en el Concilio Vaticano II (1962-1965) formando parte de todas las asambleas del Sínodo de los Obispos y contribuyendo a la elaboración de la constitución Gaudium et Spes.

Fue el primer Papa que no había nacido en Italia desde el siglo XVI.
Entre los documentos principales escritos por Juan Pablo II, se incluyen: una bula, seis cartas, más las doce a los sacerdotes, quince cartas apostólicas, casi un centenar de documentos de catequesis, once constituciones apostólicas, medio centenar de discursos- sin contar los correspondientes a sus viajes apostólicos-, catorce encíclicas, incontables mensajes apostólicos, ocho documentos motu proprio y otros escritos, entre los que se encuentran tres libros: Cruzando el umbral de la esperanza (1994), Don y misterio: en el quincuagésimo aniversario de mi ordenación sacerdotal (1996) y Tríptico romano: Meditaciones, libro de poesías editado en 2003. 
Al propio tiempo, Juan Pablo II ha proclamado mil trescientos veinte beatos y cuatrocientos setenta y seis Santos; ha celebrado nueve consistorios y nombrado a doscientos treinta y dos cardenales; ha presidido seis asambleas plenarias del Colegio Cardenalicio y quince asambleas del Sínodo de los Obispos, y ha recibido, en más de mil audiencias generales, a cerca de dieciocho millones de peregrinos en las audiencias de los miércoles, los más de ocho millones que visitaron Roma durante el Gran Jubileo del año 2000 y los cientos de millones de fieles con los que Juan Pablo II se ha encontrado en sus visitas pastorales en Italia y en todo el mundo.
Los apasionados y acerbas críticas ocupan kilómetros cuadrados de espacio en los medios de comunicación hablando de su capacidad de diálogo con la juventud, de su oposición radical a la llamada <<teología de la liberación>>, de su apasionado amor a la ciencia y la filosofía, de su cerrada negativa a aceptar determinados planteamientos de la sociedad civil de nuestro tiempo- aborto, matrimonio no heterosexual, liberación de las costumbres sexuales, células madre, etc.-, de su continua lucha por la paz, la justicia social, la cooperación internacional, la erradicación de la pobreza… detallar su postura ante esas y otras cuestiones, como podíamos hacerlo y lo hemos hecho con muchos de los anteriores 263 anteriores papas, escapa a los objetivos y las posibilidades de un libro como este.
Baste recordar, su decisiva participación en la caída del bloque comunista; la edición, en 1992, del nuevo catecismo de la Iglesia católica.     

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