261º
Papa San Juan XXIII- Ángelo Giuseppe Roncalli-, al entrar Italia en
la Primera Guerra Mundial, Roncalli ganó el grado de sargento combatiendo en el
frente y, aunque tras la firma de la paz, regresó a Bérgamo para encargarse de
la dirección espiritual de los clérigos, el papa Pio XI le llamó a Roma en 1920
para encomendarle la preparación del año Santo de 1925.
Cuando Pio XII le nombró
cardenal, en enero de 1953, fue el presidente de la república francesa y jefe
del partido socialista, Auriol, quien le
impuso el birrete cardenalicio en el gran salón del Eliseo. Ese mismo día,
cuando recibió en la nunciatura al arzobispo de Paris, monseñor Feltin, el
cardenal Roncalli dijo unas palabras que recordaron todos cuando fue elegido
Papa: <<¡ Y pensar que hubiera gustado tanto hacer de párroco, acabar mis
días en alguna diócesis de mi tierra!>>.
La convocatoria del Concilio
Vaticano II, decisivo para el futuro de la Iglesia católica y muy influyente en
el resto de las confesiones cristianas, e incluso de los no cristianos, los
agnósticos y los ateos.
Juan XXIII anunció la
convocatoria de un concilio ecuménico a los pocos meses después de su elección,
cuando eran muchos los que creían que el tiempo de los concilios ya había
pasado con la proclamación de la infalibilidad pontificia. Pronto se vio que
ese concilio vendría a ser <<concilio de los obispos>>, como el
Concilio Vaticano I había sido el <<concilio del Papa>>, ya que en
él los obispos expresaron con tanta libertad sus ideas que quedaron
impresionados los observadores anglicanos, protestantes y ortodoxos. Pero, por
fortuna para todos, nadie parecía olvidar las palabras de Juan XXIII en su
discurso de apertura, el día 11 de octubre de 1962, en el que señalaba una
orientación abierta y optimista, menos propensa a condenar que a usar de la
misericordia, dedicada a mostrar la validez de la doctrina cristiana más que a
renovar condenas del pasado.
Juan XXIII se esforzó, durante
el concilio y antes de él, en mejorar las relaciones de la Iglesia católica con
las otras Iglesias, recibiendo la visita del primado anglicano y de los
dirigentes de otras muchas confesiones cristianas, y creando un Secretariado
para la Unión de los Cristianos que, durante el concilio, fue elevado al nivel
del resto de las comisiones.
Publicó nueve encíclicas, la más
famosa de las cuales fue la última, Pacem in Terris, que firmó el día de Jueves
Santo de 1963 y que estaba dirigida no sólo a los obispos, clero y fieles
católicos, sino a todos los hombres de buena voluntad, y expresaba su enorme
preocupación por la paz, siempre relacionada con la doctrina social de la
Iglesia, ya tratada por el buen Papa en la encíclica Mater et Magistra en 1961.
Cuando se despidió de los fieles
para prepararse espiritualmente para Pentecostés, lo hizo también para una
muerte que le llegó el 3 de junio de 1963. Tras ella, y por vez primera en cuatrocientos años, se ponía a media asta
la bandera del palacio en que residía el
primado anglicano por la muerte de un obispo de Roma. El mundo entero lloró la
muerte del <<buen Papa Juan>> y todos supimos que no tardaría en
llegar a los altares. Sus diarios, publicados en 1965 con el título “Diario de
un alma”, y el libro Cartas a su familia, editado en 1969, son claro testimonio
de la santidad, sencillez y humildad de su vida espiritual. Su proceso de
beatificación fue iniciado por su sucesor, Pablo VI, en 1965, y concluido por
Juan Pablo II en el año 2000.
Apuntes
de interés:
Juan XXIII publicó Pacem in
Terris, el 11 de abril de 1963, para invitar a los cristianos a trabajar por el
bien común, en conjunción con los no católicos, conjugando la eficacia técnica
con los valores morales y espirituales. Esta encíclica está articulada en cinco
partes: derechos y deberes de la persona, relaciones entre el individuo y la
autoridad, relaciones entre comunidades políticas, relaciones entre individuos y
sociedades con la comunidad mundial, y la llamada pastoral final.
El Concilio Vaticano II, el vigésimo primer concilio ecuménico de la
Iglesia católica, fue convocado por Juan XXIII el
25 de enero de 1959 y se celebró durante los otoños de 1962 a 1965, con
178 reuniones de 2908 obispos, entre los que los obispos de Asia y África
tuvieron un papel muy importante en las deliberaciones, y fueron pocos los
pertenecientes a los países comunistas que asistieron al mismo. En el concilio
tenían derecho a voto los obispos católicos y los superiores de las órdenes
religiosas masculinas, pero las Iglesias ortodoxa y protestante fueron
invitadas a enviar delegados oficiales en calidad de observadores, así como a
oyentes laicos, dos de los cuales dirigieron sus palabras al concilio; pero, en
1964, un grupo de mujeres comenzaron a asistir a las sesiones en calidad de
oyentes.
Este concilio publicó dieciséis documentos, entre los que deben
destacarse los relativos a la revelación divina, a la Iglesia como institución
y a la Iglesia en el mundo moderno. Para lograr una participación más activa en
la misa, se dieron en el concilio los primeros pasos para que, en 1971, se
sustituyese el latín por las lenguas vernáculas, entre otras importantísimas
innovaciones que están en la mente de todos. A los propósitos de Juan XXIII,
que convocó el concilio, Pablo VI añadió, como objetivo principal, el diálogo
con el mundo moderno.
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263º
Papa.- Juan Pablo I. Albino Luciani nació en Forno di Canale- hoy
Canale d’Agordo, un pueblo del norte de Italia situado en la diócesis de
Belluno- el 17 de octubre de 1912, en el seno de una familia humilde, ya que su
padre fue un obrero socialista que, viudo de su primer matrimonio, se casó con
una católica muy piadosa a quien comprometió a educar a sus hijos en la misma
fe.
Albino, el mayor de los cuatro
hermanos, estudió en el seminario de Belluno, fue ordenado sacerdote en el 7 de
julio 1935 e hizo estudios teológicos en la Universidad Gregoriana de Roma.
Cuando regresó a su pueblo natal, fue nombrado coadjutor de la parroquia y, más
tarde, vicerrector del Seminario Gregoriano de Belluno, en el que, durante diez
años, enseñó teología dogmática, moral, derecho eclesiástico y arte sacro. Sus
mejores cualidades como profesor fueron la capacidad de síntesis y el ser capaz
de transformar en activo a aquellos de sus alumnos faltos de entusiasmo. Nacido
para el magisterio, su primer libro le define: Catequesis en migajas.
En 1969 Pablo VI le nombra
patriarca de Venecia, y en 1973 cardenal, pese a que él seguía definiéndose
como seminarista. En una ocasión dijo:
<<Hay obispos de
muchos tipos: unos parecen águilas que vuelan por las alturas con documentos
magistrales; otros son jilgueros que cantan las
Glorias del Señor de modo maravilloso, y algunos son simples gorriones
que sólo saben piar desde lo alto del árbol de la Iglesia. Yo soy de los
últimos>>.
Entre 1973 y 1976 fue vicepresidente de la Conferencia Episcopal Italiana
y su extrema caridad le lleva a vender dos cruces pectorales regaladas por el
beato Juan XXIII y un anillo, que lo había sido por Pablo VI, para ayudar a los
subnormales. Explicaba que <<… el verdadero tesoro de la Iglesia son los
pobres, los desheredados, los pequeños…>>. En ese tiempo, para mejor dar
cuenta de sus ideas, publica Illustrissimi, un libro en el que recoge cartas
ficticias dirigidas a personajes de la historia o la fantasía y en el que defiende que se debe
admitir el pluralismo en la teología o la liturgia, pero nunca en la fe. Era un
sabio, un hombre dotado de una inteligencia agudísima, que acataba a expresarse en la sencillez, la
humildad y la jovialidad.
Tras la muerte de Pablo VI se
celebró el cónclave con mayor número de cardenales y uno de los más breves de
los habidos hasta entonces: tras una sola jornada, el cardenal Luciani,
cardenal de Venecia, es elegido Papa y toma el nombre de Juan Pablo I el 26 de
agosto de 1978, menos de un mes después de la muerte de su predecesor. Renunció
a la ceremonia de coronación. En cuanto al resto, dejemos que sea él mismo
quien lo cuente:
<<Cuando ayer
por la mañana fui a la Capilla Sixtina a votar, iba tranquilo, nunca imaginé lo
que iba a suceder. Cuando se inició el
peligro para mí, los dos compañeros que tenía al lado me susurraron: “Ánimo; si
el Señor da un paso, dará también las fuerzas para llevarlo. No tenga miedo, en
el mundo entero mucha gente reza por el nuevo Papa”. Llegado el momento,
acepté. Después se me planteó la cuestión del nombre, y me preguntaban qué
nombre quiere tomar. Yo había pensado poco en ello, pero hice este
razonamiento: el papa Juan quiso consagrarme aquí, en la basílica de san Pedro;
después, aunque indignamente, en Venecia le he sucedido en la cátedra de san Marcos,
en esa Venecia que todavía está completamente llena del papa Juan y donde le
recuerdan los gondoleros, las religiosas y todo el pueblo; pero el papa Pablo
no sólo me ha hecho cardenal, sino que, algunos meses antes, sobre el estrado
de la plaza de san Marcos, me hizo ponerme colorado ante veinte mil personas
porque se quitó la estola y me la echó sobre las espaldas. ¡Jamás me he puesto
tan colorado! En quince años de pontificado, este Papa ha demostrado no sólo a
mí, sino a todo el mundo, cómo se ama, cómo se sirve y cómo se trabaja y se
sufre por la Iglesia de Cristo. Por estas razones, dije, me llamaré Juan Pablo,
aunque ni tengo la sapientia cordis del papa Juan, ni la preparación y la
cultura del papa Pablo. Estoy en su puesto y debo tratar de servir a la
Iglesia; espero que me ayudéis con vuestras plegarias>>.
Juan Pablo I, el Papa de la
sonrisa, el Papa adecuado para un mundo anhelante de amor, alegría y esperanza,
un párroco bueno como Juan XXIII y sabio, humilde y santo como Pablo VI, murió
el 28 de septiembre de 1978 cuando apenas se había cumplido un mes desde su
elección.
264º
Papa.- San Juan Pablo II. Participa en el Concilio Vaticano II
(1962-1965) formando parte de todas las asambleas del Sínodo de los Obispos y
contribuyendo a la elaboración de la constitución Gaudium et Spes.
Fue el primer Papa que no había
nacido en Italia desde el siglo XVI.
Entre los documentos principales
escritos por Juan Pablo II, se incluyen: una bula, seis cartas, más las doce a
los sacerdotes, quince cartas apostólicas, casi un centenar de documentos de
catequesis, once constituciones apostólicas, medio centenar de discursos- sin
contar los correspondientes a sus viajes apostólicos-, catorce encíclicas,
incontables mensajes apostólicos, ocho documentos motu proprio y otros
escritos, entre los que se encuentran tres libros: Cruzando el umbral de la
esperanza (1994), Don y misterio: en el quincuagésimo aniversario de mi
ordenación sacerdotal (1996) y Tríptico romano: Meditaciones, libro de poesías
editado en 2003.
Al propio tiempo, Juan Pablo II
ha proclamado mil trescientos veinte beatos y cuatrocientos setenta y seis
Santos; ha celebrado nueve consistorios y nombrado a doscientos treinta y dos
cardenales; ha presidido seis asambleas plenarias del Colegio Cardenalicio y quince
asambleas del Sínodo de los Obispos, y ha recibido, en más de mil audiencias
generales, a cerca de dieciocho millones de peregrinos en las audiencias de los
miércoles, los más de ocho millones que visitaron Roma durante el Gran Jubileo
del año 2000 y los cientos de millones de fieles con los que Juan Pablo II se
ha encontrado en sus visitas pastorales en Italia y en todo el mundo.
Los apasionados y acerbas
críticas ocupan kilómetros cuadrados de espacio en los medios de comunicación
hablando de su capacidad de diálogo con la juventud, de su oposición radical a
la llamada <<teología de la liberación>>, de su apasionado amor a
la ciencia y la filosofía, de su cerrada negativa a aceptar determinados
planteamientos de la sociedad civil de nuestro tiempo- aborto, matrimonio no
heterosexual, liberación de las costumbres sexuales, células madre, etc.-, de
su continua lucha por la paz, la justicia social, la cooperación internacional,
la erradicación de la pobreza… detallar su postura ante esas y otras cuestiones,
como podíamos hacerlo y lo hemos hecho con muchos de los anteriores 263
anteriores papas, escapa a los objetivos y las posibilidades de un libro como
este.
Baste recordar, su decisiva
participación en la caída del bloque comunista; la edición, en 1992, del nuevo
catecismo de la Iglesia católica.
Buen trabajo José Francisco.
ResponderEliminarMuchas gracias Jose Luis.
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