¿QUÉ PASA CON EL PAPA, EL BUEY Y LA MULA?
Ana Belén, un niña de nueve años, estaba
preparando su portal de Belén, tan entusiasmada que gozaba de alegría por los
cuatro costados y fue que al poner la mula y el buey, su hermano, mayor que
ella, empezó a reírse y le decía: bah que tonta ¿porqué pones el buey y la mula?
¿No has oído lo que ha dicho el Papa? “el buey y la mula no estaban en el
Portal”; Belén (que así la llamaban en casa), llena de desilusión, le empezó a
decir que era un embustero, que quería hacerle rabiar y que eso no lo dijo el Papa.
El hermano, mofándose de ella, le decía: que no, pues mira lo que dice la tele;
cuando Ana Belén oyó y vio lo que decía, que era lo que su hermano le comentaba, se puso muy
triste y se le saltaron unas lágrimas. Pasó toda la noche sin poder dormir y se
decía: ¿Cómo puede ser que el Papa haya dicho esto? Siempre se han puesto los
dos animales, como ahora dice que no fue así; ¿Quién le dio calor al Niño Jesús?
Y desconsolada, no paraba de llorar y de no entender aquella situación. Belén
estaba destrozada, hecha añicos, incluso llegó a pensar que toda su vida habían
vivido en un puro engaño. Su mamá al oírle suspirar, se acerco a su cama y le
preguntó: hija mía ¿Qué te pasa? Ella, en un puro suspiro, le contó lo que le
había sucedido y decía: “mamá, no puede ser que el Niño Jesús no tuviera al
buey y la mula”, ¡con el frio que hace en diciembre!; y su madre, con una
mirada tierna, y, sin saber que decirle, para consolarla le dijo: Belén, mañana
tienes catequesis ¿verdad?, si mami, mañana es jueves; y su madre le dijo: pues
mira yo no sé contestarte, pero seguro que tu catequista te da la solución, así
es que duérmete y mañana ya verás cómo te explican todo esto; sí mamá, así lo
voy a hacer. Y Ana Belén se quedó profundamente dormida, pero como estaría, que
hasta soñó con un Belén sin mula ni buey. Llegó la hora de levantarse y sonó el
despertador, la niña se encontraba fatigada, pues no pudo dormir en condiciones
y un poco cansadilla se fue al cole. Deseaba ardientemente, que llegara la hora
de la catequesis para que su catequista le hablara sobre el tema.
Por fin llega la hora y su mamá la arregla
para ir a la catequesis, ella estaba en ascuas vivas hasta encontrarse con la
persona que le despejara sus dudas y su incomprensión; ya en el aula, con sus
compañeros, comenzaron a hablar sobre el adviento; y el catequista les pregunta
¿Qué es el Adviento? Cada uno daba su versión, Belén levantó la mano y cuando
le fue posible dijo: Adviento quiere decir que alguien viene y ese alguien es
Jesús, pero (fijándose en el catequista) ¿es verdad que el Papa ha dicho que en
el Belén no había ni buey ni mula? El catequista, mirándola con mucha dulzura,
llamó a la atención de todos los demás y les comenta: vosotros que decís a la
pregunta de Belén, todos sorprendidos por la pregunta de la niña, no sabían que
contestar, y, los treinta ojos fijos (con cierta ignorancia) en el catequista,
esperaban una respuesta. Este le pregunta a la niña ¿tú qué crees?; Que no es
verdad, pero entonces ¿Por qué lo dice la tele?; Veréis, el Papa nunca ha dicho
que no hubiera mula ni buey – el semblante de Ana Belén cambió y sus ojos
brillaban como las estrellas-, lo que dijo es que los Evangelistas no comentan
este detalle en sus evangelios, y esto es verdad: San Mateo, San Marcos- que no
menciona nada sobre la Encarnación-, San Lucas, que es el que más detalles da sobre
el nacimiento de Jesús- y San Juan, que empieza: al principio era el Verbo, y
el Verbo estaba en Dios y el Verbo era Dios… pero ¿sabéis de que viene lo del
buey y la mula?, todos los niños se miraban unos a otros llenos de incógnitas; Veréis,
fue ochocientos años antes de que naciera Jesús, que había un profeta que se
llamaba Isaías y dijo lo siguiente: “El buey conoce a su amo, y la mula el pesebre de su dueño; Israel no me
conoce, mi pueblo no comprende” (Isaías 1, 3).
También Habacuc, otro profeta (seiscientos
años antes del Nacimiento de Cristo), dijo: ¡En medio de dos seres vivientes…
serás conocido; cuando haya llegado el tiempo aparecerás!, (versión griega de
Habacuc 3, 2). Con los dos seres vivientes se da a entender claramente a los
dos querubines sobre la cubierta del Arca de la Alianza que, según el Éxodo,
indican y esconden a la vez la misteriosa presencia de Dios. Así, el pesebre
sería de algún modo el Arca de la Alianza en la que Dios, misteriosamente
custodiado, está entre los hombres, y ante la cual ha llegado la hora del conocimiento de Dios para ‘el buey y la mula’,
para la humanidad compuesta por judíos y gentiles.
“En la singular conexión entre Isaías,
Habacuc, Éxodo y el pesebre, aparecen por tanto los dos animales como la representación
de la humanidad, de por sí desprovista de entendimiento, pero que ante el Niño,
ante la humilde aparición de Dios en el establo, llega al conocimiento y, en la
pobreza de este nacimiento, recibe la epifanía, que ahora enseña a todos a ver.
La iconografía cristiana ha captado ya muy pronto este motivo”. ¡Ninguna representación del nacimiento
renunciará al buey y a la mula!
Ana Belén se quedó como en las nubes y con
los ojos llenos de alegría le dice al catequista: ¡gracias, lo he entendido muy
bien!
Cuando su mamá fue a recogerla se quedó
perpleja y dándole un beso le dijo: “todo muy bien, ¿verdad hija?”, sí mami,
todo aclarado; y se lo fue explicando todo, con pelos y señales, por el camino.
Cuando llegó a casa puso el buey y la mula en un lugar del Portal donde se veía
a la perfección y le explicó a su hermano lo
que de cierto pasaba entre el Papa, el buey y la mula. Este no haciéndole mucho
caso la ignoró, pero Belén era la niña más feliz del mundo; como seria que
aquella noche, en sus sueños, volvieron el buey y la mula. Belén aprendió que las cosas
no hay que tomárselas a la ligera y que antes de criticar hay que preguntar;
antes de amargarse hay que confiar en Dios y no hacer caso de los chismorreos
públicos.
¡No todo, es lo que parece!
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